Más allá del síndrome de desperdicio de
tiempo en Facebook y la espiral infinita a la que nos puede llevar el exceso de
información en la Web, estoy convencida de que las redes sociales nos han convertido en personas capaces de interactuar
mejor con otras personas, fuentes, medios e información de una forma más ágil e
inteligente, inclinándonos a desenvolvernos en entornos creativos y constructivos.
Las redes
sociales nos han obligado a aprender a separar la paja del grano. Somos más
agudos al detectar en las pocas palabras de un título, si la información que se
nos ofrece es de interés o no. El efecto que tiene esto en nuestro inconsciente
es que somos más eficientes y económicos al comunicar nuestras propias ideas.
Las redes sociales nos han enseñado
el valor de ser asertivos.
En un mundo de inmediatez, donde la información es
demasiada, atinarle a la cosa es un valor imprescindible para el
liderazgo personal. Hemos aprendido a rechazar la autoridad impuesta por que sí
y a ser más críticos con los datos que nos llegan y el conocimiento que adquirimos y
compartimos.
Esta asertividad nos posiciona entre
nuestros pares y colegas como personas dignas de confianza y convincentes. Nos
facilita las posibilidades de persuadir y colocar nuestras ideas o productos en
un campo o mercado. Las redes sociales
nos han hecho mejores vendedores de nosotros mismos.
A fuerza de empaparnos en la corriente de
las redes sociales somos líderes más flexibles con las normas y más dispuestos
a romper con paradigmas, buscamos información de una forma activa para
orientarnos y estamos mucho más dispuestos a aceptar nuevas ideas e innovar por
nosotros mismos. Con las redes sociales
aprendimos a abarcar más y a establecer relaciones de valor.
Uno de los paradigmas rotos por las redes
sociales es precisamente el del liderazgo.
El poder de la influencia ya no se concentra en un líder formal, impuesto, jerárquico y preestablecido, ahora este ‘poder’ está en constante movimiento y pasa de una persona a otra según su influencia en un campo, durante un tiempo. De esta misma forma se debilitan, precipitándose a la extinción, los símbolos tradicionales de poder y estatus. Las redes sociales han impuesto un liderazgo distribuido, un liderazgo verdaderamente democrático, que no es permanente, que se apoya en una inteligencia colectiva, en una red de colaboración y en la implicación por proyectos.
El poder de la influencia ya no se concentra en un líder formal, impuesto, jerárquico y preestablecido, ahora este ‘poder’ está en constante movimiento y pasa de una persona a otra según su influencia en un campo, durante un tiempo. De esta misma forma se debilitan, precipitándose a la extinción, los símbolos tradicionales de poder y estatus. Las redes sociales han impuesto un liderazgo distribuido, un liderazgo verdaderamente democrático, que no es permanente, que se apoya en una inteligencia colectiva, en una red de colaboración y en la implicación por proyectos.
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